
He leído un titular que dice “Los europeos se declaran más felices si viven en ciudades pequeñas” ¿A qué se podría deber esta afirmación? En los entornos rurales, aparentemente existen menos preocupaciones. Además, somos menos vulnerables a los contagios por patrones mentales negativos que se dan en un espacio con millones de personas confinadas, porque el estrés, la ansiedad y la tensión se contagian. Recuerdo lo que ocurría cada vez que iba al pueblo para descansar o descontaminarme de la ciudad. Daba la sensación de que el tiempo se detenía, de que todo fluía más lentamente. Ya no había atascos, no tenía prisa… porque la prisa también se contagia. Las personas se conocían y sentían que formaba parte de una comunidad en la que todos sabían su función: la panadera, el carnicero, el frutero, el fontanero, el médico... Se ubicaban en su entorno. Imagino que muchos sabrán a qué sensación me refiero cuando hablo de esto. La desconexión es la base de lo que llamamos “vacaciones”. Cuando la vida deja de ser una carrera contra reloj, y el tiempo se detiene, uno atina mejor en sus pasos, se siente relajado, y eso repercute en el estado de ánimo. Cuando uno aprende a tocar un instrumento musical, al principio, reduce el tempo para poder atinar en las notas de forma más pausada y tranquila. Si se acelerara demasiado, no tocaría las correctas y la melodía sonaría escabrosa. Supongo que el ritmo de vida frenético de las sociedades modernas provoca que muchos se aturullen a la hora de tocar sus melodías, la representación de sus vidas. La alta velocidad supone un gran desgaste energético. En la ciudad, todo va deprisa. La locomotora no tiene frenos y cada vez va más y más rápido. El carbón se termina, y son las propias personas las que se tiran al fuego para que el motor no se pare.

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