
En un reportaje para la televisión aparece hablando una mujer de su vida en su pueblo. Se llama Raquel y comienza su historia diciedo:
“Me casé muy joven porque me había quedado embarazada. En el fondo, yo no quería pasar toda mi vida con ese hombre, nunca me trató muy bien, pero acepté el matrimonio porque era lo correcto para esa gente, sobre todo por la insistencia de mis padres y de los suyos. Era muy inconsciente y estaba asustada. Al poco tiempo me divorcié, y comencé una relación con un amigo mío. Cuando mi exmarido se enteró, se enfrentó a mi nueva pareja y ambos acabaron heridos. Para toda esa gente, yo era una “guarra” que había enfrentado al pueblo. Daban igual mis explicaciones sobre el carácter machista de él o que me casara prácticamente obligada, no eran capaces de escuchar. Me insultaban constantemente, la gente que no tenía nada que ver me retiró el saludo, e incluso hicieron pintadas en la puerta de mi casa”.
Antes hablaba de la tranquilidad y de la paz que transmiten el ritmo de vida rural, pero no todo puede ser perfecto cuando hay humanos de por medio, cuya característica primordial es que viven en una realidad condicionada dependiendo del grupo que los creó. Esa cercanía pueblerina que podía resultar ventajosa en ciertos aspectos como el sentimiento de pertenencia o la tranquilidad, se convierte en un infierno cuando se incumplen los esquemas mentales del enjambre. La entrevista a Raquel seguía así:
“Ahora vivo en Barcelona, y salir de mi pueblo ha sido un alivio. Disfruto de un anonimato que en ese entorno rural, algo ignorante, irrespetuoso e intolerante, por qué no decirlo, no me permitía. Imagino que la vida privada es necesaria si por darme a conocer me van a joder viva. Aquí no tengo el apoyo de un grupo cercano, pero al menos me he librado de la discriminación, y como dice el refrán, mejor sola que mal acompañada”.
Cuento esta historia de Raquel para hablar de los juicios y las condenas, una de las aficiones favoritas de los humanos. Mi madre también se sentía juzgada en ciertas ocasiones:
Después de una de las visitas al psiquiatra, nos encontramos con una vecina en el portal. “¿Qué te pasa?” –le preguntó a mi madre. “Nada” – contestó. “Vamos hijo, que tenemos prisa”. Entramos al ascensor e ignoramos a la señora. Mientras subíamos a nuestra casa, recuerdo lo que musitaba mi madre: “Cotilla, quiere saberlo todo para luego marujear con las demás vecinas”. Yo ya las había escuchado por el patio, hablando entre ellas, pero no le dije nada a mi madre para no hacerle más daño. Simplemente las ignoré. Decían “¿Te has enterado de que va al psiquiatra? Que pena me da el chico que no tiene culpa”. Mi madre prosiguió “Esas mujeres son unas arpías, no te creas que preguntan por interés para ayudar, sino para tener más leña que echar a sus conversaciones”.
Ritmos de vida acelerados, competitividad, superficialidad, consumo exagerado, los juicios y condenas constantes, irrespetuosidad… Comprendo que para mi madre en no pocas ocasiones el mundo se tornara negro… pero no era el mundo, sino sus habitantes, y más concretamente, su forma de pensarlos.

1 comentario:
Te leo detenidamente.Sabes,mi madre se suicido cuando yo tenia 15 anios(perdon,no tengo enie en el teclado).Tengo sentimientos de ambivalencia hacia ella,porque me dejo?...muchas dudas mas..gracias por escribir,eres mejor que un psicologo.Maria
Publicar un comentario