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jueves, 13 de septiembre de 2007

0057. Temor a ser mal pensados y cuchillos


Vivimos asustados ante los juicios ajenos y las condenas. Desde pequeños, tenemos miedo a incumplir las normas que imponen nuestros padres. Y si lo hemos hecho, tememos que se enteren, porque si lo saben, seremos condenados o castigados. Como no podían verlo todo, nos decían “Papá Noel” o “Los Reyes Magos” sí lo ven, y si no os portáis bien, no os traerán juguetes u os llenarán los zapatos con carbón. Y si hay un juzgador y condenador por excelencia, es lo que llaman Dios. Afirman que es omnipresente, lo que quiere decir que está en todas partes, y también omnipotente, es decir, que puede hacer lo que le de la gana. Aparentemente, conoce todo lo que hacemos, y si no le gusta, nos castigará. Nos da libre albedrío, pero a la hora de morir, no nos permitirá entrar a su reino. ¿Entonces nos dejará disolvernos en la nada? No, la condena será horrible: arderemos en el infierno.

La característica de actuar como juez que juzga y condena es propia de los humanos. Sólo tenemos que encender la tele. Incluso han inventado un concurso en el que encierran a personas en una casa 24 horas al día durante meses. Hay cámaras para que el espectador pueda ver todo lo que hacen. Después, dedican horas y horas a comentar y juzgar sus acciones y palabras.

El ser humano define su existencia como "el reflejo del otro". Vive su vida sujeto a las opiniones de los demás. Es un actor, y los otros son las cámaras que ruedan su película, y que por lo tanto, dan sentido a su papel. A nadie le apetece salir no favorecido en el film, es decir, mal pensado. Para algunos, el miedo a la opinión ajena se convierte en algo terrorífico. Sí, la gente siempre tiene algo que decir y hay muchos adictos al cotilleo, pero no debería ser algo paralizante. Si un ser humano sufre por como es pensado por los demás, debería enfrentarse a su miedo en lugar de ahogarse en él. Mi madre no salía. Su pensamiento negativo se hizo cada vez más grande y desproporcionado. Estaba claro que siempre habrían personas que opinarían acerca de ella, de su estado mental, de su vida privada, e incluso de su forma de vestir, pero ella lo sacó tanto de contexto que incluso dejó de ir a comprar el pan. “No me apetece ver a la gente, sólo saben pensar mal”. Veía el mundo plagado de cámaras dispuestas a distorsionar su imagen. Claro que está repleto de gente así, pero también existen personas a las que les da absolutamente igual. Pero mi madre generalizó y cambió “un alto porcentaje” por “todos”, y en consecuencia se aisló.

Su visión paralizante de la hostilidad humana era otra pieza más del marco que conformaba su malestar. Le dio demasiada importancia, y esa fue su realidad creada que repercutía contra ella. Veía a los demás seres humanos como Dioses, seres todopoderosos, capaces de juzgar y condenar. Y no niego que en otro entorno podrían tener ese poder, y me vienen a la cabeza las mujeres lapidadas. Pero éste no era el caso. Aquí simplemente tenía un miedo atroz a la cámara y a los pensamientos, al cotilleo, al hablar por hablar... Además, la gente no la juzgaba constantemente, menos aún condenaba. Sólo las cuatro viejas cotillas que no sabían hacer otra cosa. Vivía en una gran ciudad, no en un pequeño pueblo de cinco casas. Debía haberse dado cuenta de que no eran más que humanos, un tipo de primate al que han enseñado a ver el mundo, y que lo interpreta sujeto a sus capacidades, a su esquema mental, que puede ser más o menos limitado y/o flexible, dando lugar a unos hábitos más o menos fijos.

Había quedado atrapada en su miedo a la opinión ajena. ¿Por qué? Tal vez estuviera relacionado con su educación. Su madre, mi abuela, siempre le estaba diciendo, “pórtate bien, a ver que van a pensar los demás”, “no hagas ruido, que van a decir los vecinos…”. También, adicta a los programas del corazón, sabía lo encarnizadas que podían ser las opiniones sobre algunos famosos. Para ella las palabras no se las llevaba el viento. Les otorgó el poder de tranformarse en una pesada carga. Eran pensadas y sentidas como cuchillos, y en eso se convirtieron, y en parte, también la mataron.

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