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sábado, 22 de septiembre de 2007

0061. La Historia de Jumoke muerta, de su pelo púbico, de su regla, y de su miedo.


La muerte de Jumoke, mi vecina del bloque de enfrente, saltó a la prensa. Pocas semanas después, a raíz de lo ocurrido, programas de televisión y periódicos publicaban noticias o reportajes que explicaban como operaban los grupos que traían a estas mujeres y los métodos empleados para extorsionarlas, aprovechándose de sus creencias y miedos a la amenaza del “vudú”.

Ella nació y vivió en un pueblo de Nigeria hasta los 17 años de edad. Cierto día, se puso en contacto con unos tipos que prometieron llevarla de manera legal a España, con la documentación necesaria para vivir y trabajar allí. Para ello, le hicieron firmar un papel en el que se comprometía a pagarles unos 40.000 y pico euros con el dinero de su empleo.

Junto a otras compañeras, aterrizó, pasaporte falso en mano (facilitado por la organización), en el Aeropuerto de Barajas de Madrid. Una vez en España, las chicas fueron separadas en pequeños grupos, y después llevadas a pisos en alquiler. Les presentaron a una mujer que sería la jefa y que haría de intermediaria entre la organización y las jóvenes.

Recién llegadas, la jefa obtuvo pelo de sus cabezas y del pubis, unas braguitas de cada una y sangre menstrual que introdujo en un tubo de cristal. Guardó estas muestras corporales y enseres bajo llave. Una vez hecho esto, les explicó en qué consistiría su empleo: trabajar como prostitutas hasta saldar la deuda. Jumoke y sus compañeras se negaron, pero era demasiado tarde: la jefa tenía sus pelos, su sangre, y sus bragas, y además conocía sus creencias y sus temores, un cóctel idóneo para poder atemorizarlas, ya que, si no cumplían las órdenes, sería utilizado en un ritual vudú capaz de hacerlas enfermar y morir.

Jumoke había caído en las redes de un conjunto de humanos dispuestos a convertirlas en esclavas para obtener dinero a su costa. Era la llamada “banda del vudú”, la cual controla a cientos de prostitutas en todo el país.

Las jóvenes, como Jumoke, experimentan pánico con sólo escuchar la palabra “Vudu”, la cual pronuncian asustadas y en voz baja. Me recuerda a “El Señor de los Anillos”, y el miedo que sentían al pronunciar “Mordor”, ya que su simple mención era capaz de atraer la atención del ojo de Sauron. Para ellas, el embrujo Vudu es tan poderoso que puede atravesar mares y océanos para destruirlas sin piedad. Se les ponen los pelos de punta sólo de pensarlo.

La jefa se encargó de instruir a las chicas, enviándolas a diversos puntos de la ciudad para que comenzaran con sus servicios sexuales. Prácticamente todo su sueldo es usado en pagar el alquiler, los gastos del piso, y la deuda contraída con la organización.

No era necesario vigilar a las mujeres. En caso de desobediencia, los objetos guardados por la jefa serían enviados a Nigeria, donde el sacerdote vudú se encargaría de utilizarlo en un ritual para hechizarlas.

Al parecer, Jumoke no entregaba todo el dinero a la banda, y había decidido esconder algunos euros en un sitio poco original: debajo del colchón. El lugar favorito de muchas abuelas para esconder la pensión era un sitio aparentemente seguro para Yumoke. La jefa lo encontró. “¿Cuánto tiempo llevas haciendo esto, Jumoke?” - le increpó. Discutieron. Las relaciones entre ambas se pusieron muy tensas, y tras una árdua pelea, su pelo y su sangre fueron irrevocablemente enviados al hechicero.

En la mente de Jumoke ya se sucedían las imágenes del ritual que en Nigeria iba a comenzar. El brujo, envuelto en su túnica, estaría entonando sus cánticos, moviéndose rítmicamente sobre los restos corporales de la joven, machete en mano, al son frenético de los tambores. Finalmente se haría un corte en el brazo para mezclar su sangre con la de la muchacha en esos momentos aterrorizada a 3800 Km de distancia, en un piso enfrete al mío.

Los síntomas no tardaron en aparecer. Su respiración y su ritmo cardiaco se aceleraban. No podía comer, ni dormir, ni siquiera moverse. Vivía paralizada por el pánico, en espera de la irremediable muerte. Sus compañeras sólo podían compadecerse desde la distancia, limitándose a ignorarla y a seguir con su empleo para evitar que les ocurriera lo mismo. Nada podían hacer. También creían firmemente que su trágico final ya era un hecho. Un shock, una gran bajada de la presión sanguínea que limita el aporte de oxígeno y nutrientes a los órganos vitales, acabó con su vida. Para sus compañeras, creyentes todas ellas, esto confirmaba la seriedad de las amenazas, además del poder del hechicero y del maleficio vudu.

En realidad, todo estaba relacionado con el pensamiento, la llamada “creencia”, pero ni la muerta ni sus compañeras tenían constancia de aquella explicación, y sólo eran capaces de atribuirlo a un poder externo en lugar de situarlo en el pensamiento de la fallecida.

Para Jumoke, la mezcla de sus elementos corporales en aquél oscuro ritual la estaban consumiendo irremediablemente. En realidad, ni el pelo ni la sangre se habían movido de la caja fuerte.

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